El pasado 15 de enero, este primer actor celebró su 97 aniversario rodeado de sus seres queridos, con la única petición de ser llamado de nuevo a los escenarios, lo mismo de cine, como de televisión; además del teatro. Aunque en este último las restricciones para una persona de su edad, ante la invencible pandemia, siguen y seguirán vigentes algunos meses más.
Ciudad de México, 17 enero (MaremotoM).- Poseedor de una de las carreras cinematográficas y artísticas más provechosas del espectáculo mexicano, que ha sido reconocida en México y otras partes del mundo, Ignacio López Tarso tuvo en la década del setenta un paso amplio y seguro por la industria cinematográfica, demostrando, como siempre, que puede enfrentarse con buenos resultados a retos de cualquier estilo histriónico.
Prueba de ello, incluso, lo dio años más tarde al incursionar en el teatro musical al lado de Silvia Pinal en ¡Qué tal Dolly!, puesta en la que cantó y bailó, sorprendiendo a más de uno.
El pasado 15 de enero, este primer actor celebró su 97 aniversario rodeado de sus seres queridos, con la única petición de ser llamado de nuevo a los escenarios, lo mismo de cine, como de televisión; además del teatro. Aunque en este último las restricciones para una persona de su edad, ante la invencible pandemia, siguen y seguirán vigentes algunos meses más.
A continuación, reproduzco la entrevista que tuve el honor de realizar con el señor López Tarso, con motivo de la realización de mi libro Cine mexicano del 70: La década prodigiosa (Samsara. México. 2015), en donde conversamos sobre su paso por esa etapa del cine nacional.
Aunque su paso fílmico en el setenta lo inició filmando junto a María Félix, La Generala (México, 1970), bajo la dirección de Juan Ibáñez, compartiendo créditos con Carlos Bracho, Eric del Castillo, Ernesto Gómez Cruz, Óscar Chávez y Salvador Sánchez; el primer recuerdo que tiene de esta década es que, después de estar enlatada desde 1961, en 1972 por fin se estrenó una película que había filmado bajo la dirección de Roberto Gavaldón y la fotografía de Ismael Rodríguez, dos de las personas con las que considera haber hecho sus mejores trabajos en el Séptimo Arte.
“A pesar de que trabajé con muchos directores famosos, ellos dos son fundamentales en mi carrera de cine”, mencionó.
El título del filme es Rosa blanca (México, 1961), y fue rodado después de que Gavaldón realizara Macario (México, 1959), otro largometraje que dio renombre internacional a López Tarso, su protagonista, y que mostraba la idiosincrasia y cultura del mexicano ante la muerte.
Por su parte, la cinta en cuestión hablaba sobre la fiebre de los mexicanos por encontrar el ‘oro negro’ (petróleo) en el año de 1937.
“La película fue censurada porque esa fue la opinión del en ese entonces Secretario de Gobernación, que intervenía mucho en las decisiones que se tomaban en torno al cine. Él dijo que ‘Rosa blanca’ era peligrosa y que podía afectar las relaciones con Estados Unidos, lo cual me pareció una grandísima estupidez. Decía también que hablar de la expropiación petrolera los podía ofender.
“Tiempo después ese secretario de Gobernación se convirtió en Presidente de la República y durante todo ese periodo la película estuvo guardada”.
Gracias a su trabajo en ese largometraje, en 1973 Ignacio López Tarso fue nominado y galardonado con el Ariel de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas como Mejor Actor.

“Fue un Ariel que llegó mucho más tarde de lo que debió ser. Creo que ganó varios Arieles más, no me acuerdo cuántos, pero uno de ellos fue para mí”.
–¿Cómo se da el acercamiento con Roberto Gavaldón?
–Conocí a Roberto antes de ‘Macario’, la primera película que hice con él, pero ya lo conocía a través de Gabriel Figueroa. Él me prestó una gran atención y me presentó con varias personas, entre ellas a María Félix y con ‘El Indio’ Fernández, gente importante del cine siendo que yo estaba totalmente desconectado. Gabriel Figueroa me vio en el teatro y un día entró a saludarme y a felicitarme a mi camerino. Cuando me dijo quién era le dije, ‘maestro, le tengo gran admiración’. Debido a esto nos empezamos a tratar y él me presentó con Roberto Gavaldón. Tiempo después, cuando se presenta como proyecto la película de ‘Macario’ en la productora Plaza Films Mundiales y se la dieron a Figueroa para que la fotografiara y a Gavaldón para que la dirigiera, ambos coincidieron en que yo podía protagonizarla, aunque en primera instancia el papel para Pedro Armendáriz, quien tenía un compromiso en Europa y no pudo continuar, así que me lo ofrecieron a mí. Macario fue una grata sorpresa, pues fue mi primer estelar grande; la primera película de responsabilidad absoluta de mi parte con una historia que ya conocía y que me gustó muchísimo. Con Gavaldón fue muy buena la amistad, porque la primera vez que me presenté a filmar en Taxco, Guerrero, cuando estaba instalándome, recibí un telefonazo de él para que cenáramos juntos. Al estar charlando me dijo: ‘te habrán dicho que estoy loco, que soy un ogro, que soy majadero, que aviento y que rompo la escenografía’, a lo cual asentí. Pero me aclaró: ‘yo sólo me encabrono con los pendejos y por eso nos llevamos muy bien, pues tú no lo eres’, lo cual me agradó bastante.
–Pero regresemos a su primer trabajo como actor en la década del setenta, La Generala, dirigida por Juan Ibáñez y con María Félix a la cabeza.
–Él siempre quiso hacer película muy ambiciosa y aportaba muchas ideas. Sin embargo, esta no resultó para bien; ni para María, que siempre salvaba las cintas por ser ella y resaltar su belleza y gran atractivo. Era una figura absolutamente taquillera, hiciera lo que hiciera; era un éxito siempre en el cine. Sin embargo, esta no lo fue. Ibáñez perdió totalmente el control de lo que quería hacer. A mí no me gustó nada y creo que al público tampoco. Fue un fracaso.
UNA DESILUSIÓN HORROROSA
–Otro de los títulos que han destacado del cine mexicano hecho en el setenta fue Los hijos de Sánchez (México-Estados Unidos, 1978; Hall Bartlett), basado en la novela homónima de Oscar Lewis, con una horda de luminarias. Además de usted, participaron Anthony Quinn, Dolores del Río, Katy Jurado, Lupita Ferrer, Lucía Méndez, Héctor Bonilla y Patricia Reyes Spíndola.
–Fue un fracaso terrible y era un asunto muy bueno. Un libro magnífico; un best seller que se vendió en todas partes del mundo. Es más, la tradujeron a muchos idiomas. Como usted lo dice, tenía un reparto sensacional y se hizo pensando que sería un gran trancazo, pero no fue así. El director andaba muy enamorado de Lupita Ferrer y se dedicó mejor a la ‘nalguita’ en lugar de a la dirección. Anduvo muy ilusionado con ella; incluso se fue una temporada y dejó la dirección del filme en manos de Anthony Quinn, quien no tenía entre sus planes incursionar como cineasta. A él lo habían traído como actor. Fue una desilusión horrorosa, un fracaso total y una pérdida absoluta para el productor y para todos los que pusieron dinero en ella. Echaron a perder todo y desaprovecharon un asunto formidable. Muy malas críticas, un fracaso absoluto.
–Pese a esto, también nos encontramos con otros títulos de buena aceptación y en los que usted se involucró de principio a fin, como Los albañiles (México, 1976; Jorge Fons).
–Ese es un asunto que conozco mucho, porque es una historia que hice primero en teatro, producida y dirigida por Gabriel Retes. Después tuvo los derechos para cine y la dirigió Jorge Fons, que creo es uno de los mejores directores después de Roberto Gavaldón e Ismael Rodríguez. Si embargo, dirige poquísimo. No entiendo por qué. Debería de ser el director que más películas tuviera hechas; se lo merece por su talento y porque conoce muchísimo de cine. Él hizo Los albañiles, con una adaptación muy bien hecha para el cine y muy bien dirigida. El reparto fue estupendo; cada personaje tuvo al actor que requería. Fue una magnífica película. El personaje de ‘Don Jesús’ era grande para cualquier actor y a mí me gustó muchísimo hacerlo. Jorge es una gente muy minuciosa y además tiene una visión muy completa por lo que hace; su dirección es perfecta en todos los aspectos de la película. Nuestra experiencia en Berlín fue muy buena. Nos trataron muy bien. La película tuvo una gran respuesta del público, mucho interés. Fue exhibida en la Universidad de Berlín. Fuimos allá, hablamos con los jóvenes y se logró a pesar de que el idioma siempre es una terrible barrera. Pero fue muy buena experiencia la que tuvimos con Los albañiles, pues ganamos el Oso de Plata en ese festival.

LA LLUVIA DE ESTRELLAS DE JOSÉ ESTRADA
Otras películas destacadas de Ignacio López Tarso en esta década prodigiosa son En busca de un muro (México, 1973; Julio Bracho), Renuncia por motivos de salud (México, 1975; Rafael Baledón) y Rapiña (México, 1973; Carlos Enrique Taboada), que nuestro entrevistado considera “latosa”. “Pero me gustó mucho hacerla”.
–Fue una película difícil en donde interpreté uno de esos personajes latosos, que tienen que llenarse de mugre, andando en el cerro con huaraches y demás cosas incomodísimas. Sin embargo, Carlos Enrique era muy buen director. Habíamos trabajado juntos en el inicio de la televisión, en el cincuenta. Él escribía asuntos para la televisión que ni siquiera quedaron grabados, porque antes no había siquiera con qué hacerlo.
De igual manera, un título que considera complicado dentro de su filmografía es El profeta Mimí (México, 1973; José Estrada), a cuyo director “le gustaba mucho la ciudad”, precisó.
–Aquí interpreté a un tipo obsesionado por un detalle que vio cuando era niño con su papá y una prostituta. Yo andaba rapado, con un diente menos. Con Estrada hice también, en 1971, Cayó de la gloria el diablo, en donde personifiqué a un tragafuego que asedia a la dueña de una pollería, interpretada por ‘Chachita’. Para esta película Estrada me contrató a un técnico que me enseñó a hacer esa suerte que, a decir verdad, me provocaba mucho asco y me lo quitaba haciendo buches con tequila. Lo que usan quienes viven de esto es una mezcla de petróleo, muy grasoso y con un sabor desagradable, con gasolina. Después el hombre que me enseñó a hacer esas bocanadas de humo, me dijo que tenía que aprender un truco más especial, llamado ‘lluvia de estrellas’, consistente en que, al mismo tiempo en que se escupía el fuego, me tenía que meter a la boca un puño de vidrio en trocitos y, a la hora del flamazo, éstos salían formando como estrellitas, lo cual la verdad nunca pude hacer”.
Fotografías: Jerry Bereta y Archivo Filmoteca de la UNAM
Caricatura: Luis Couturier