Necesitamos recuperar al viejo Bukowski, para recordar que las espurias libertades que hemos conocido, no nos han sido regaladas sino que han sido fruto de la lucha y la resistencia. Para reconocer, junto a los tristes fracasados de Bukowski, que el problema de nuestro tiempo es que nada tiene valor y todo tiene un precio, en virtud de la sociedad estupidizada por el consumismo y el espectáculo y que lo único que realmente hace que valga la pena vivir, es algo tan sencillo como estar en paz.
Ciudad de México, 10 de abril (MaremotoM).- El 2018 se han cumplido 40 años del desembarco de Charles Bukowski en España, de la mano de una joven editorial Anagrama que luchaba por sobrevivir entre los estertores del franquismo y los albores de una Transición democrática que, al final de cuentas, tuvo más de claudicación y renuncia que de ruptura y desacato. Todo muy bukowskiano, por cierto.
El título de ese primer libro fue Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones: Relatos de la locura cotidiana, al cual seguirían los imprescindibles La máquina de follar y Escritos de un viejo indecente. En todos ellos, brilla el mejor Bukowski, el cuentista que se metió al mundo en el bolsillo gracias a su mordaz estilo, a su afilado sentido del humor, a su cáustica mirada de las convenciones sociales y al exhibicionismo puro y duro que, como diría Félix de Azúa refiriéndose al gran Casanova, “conmueve, exalta, divierte, inspira, solaza y excita tanto la lujuria como el raciocinio”. La literatura de Bukowski cayó como agua de mayo en una España que hervía en efervescencia luego de cuarenta años de dictadura nacional-católica y que necesitaba descubrir y paladear los frutos de una libertad tan duramente negada y cercenada.
No es casualidad que los libros de Bukowski figuren en el catálogo de la colección Contraseñas de Anagrama, junto a otros pesos pesados de la transgresión, como el recordado Copi, autor de El baile de las locas y Las viejas travestis y otras infamias; Terry Southern, con A la rica marihuana y otras yerbas o Patti Smith, con uno de sus primeros poemarios, Babel. Había una necesidad imperiosa por trascender los tópicos de la literatura academicista, por ampliar los registros del realismo y el compromiso social, por desbordar la mojigatería católica del régimen y liberar los cuerpos del control y la represión del estado, en momentos en que aún se castigaba el adulterio y el “amancebamiento”, con medidas que penalizaban duramente sobre todo a la mujer, en donde no existía una ley de divorcio, se prohibía la venta de anticonceptivos y no se aceptaba la libertad de opinión, de reunión ni mucho menos la libertad de prensa.
En un contexto así, no es de extrañar que una editorial independiente y contestataria como Anagrama, haya estado al borde de la quiebra en más de una ocasión y extraña aun menos que haya sido el éxito de ventas de los libros de Bukowski quien permitió a Herralde, en esos primeros momentos, mantener el buque a flote. Porque pocos escritores podrían presumir como Bukowski de haber ejercido una influencia tan grande a ambos lados del charco, trascendiendo las barreras de los idiomas, haciendo correr ríos de tinta en forma de críticas, reseñas y comentarios, y sembrando un reguero de admiradores y hasta de imitadores.
Luego de cuarenta años, Bukowski aguanta las relecturas y sigue siendo impresionante para quienes lo leen por primera vez. Aunque algunas cosas han cambiado. Hoy, el tono machista de muchos pasajes, en que se define a la mujer como “carne, carne y carne”, así como también las referencias explícitas al sexo con menores, que no escasean en esta obra -“Bueno, érase una vez un viejo y una encantadora niñita que se perdieron juntos en el bosque…”- ya no funcionan ni como provocación ni como divertimento. La sociedad ha evolucionado. Y no solo en cuanto a la literatura. En el cine y en la música de los 60 y 70 se produjeron películas en donde, por ejemplo, una Brooke Shields de 10 años o una Nastassja Kinski de 14, fueron exhibidas desnudas y como reclamo sexual. Ambas actrices han manifestado de adultas su pesadumbre e incluso su dolor al respecto. El movimiento feminista mundial y plataformas como el me too han logrado que la sociedad ya no tolere ciertas cosas que hasta hace cuatro días pasaban inadvertidas. Que se lo pregunten si no, a Roman Polanski, Woody Allen o a Gabriel Maztneff.
Sin embargo, la obra de Bukowski excede con creces estas consideraciones. La fascinación que ejerce su obra no se explica solo por el libertinaje ni por los excesos etílicos o sexuales de sus protagonistas, sino por un conjunto de cualidades que la amplifican y la dotan de un contenido profundamente humano: la capacidad de narrar, por ejemplo, la dureza de la explotación laboral, que en algunos de sus cuentos se ve mejor reflejada que en el más inspirado y combativo de los manifiestos; las vicisitudes de la derrota moral del hombre ante el Estado y el poder económico, con esa desconfianza sorda de la Democracia y de las reglas del juego, que lo sitúa en un territorio casi revolucionario cuando uno de sus personajes, esos eternos perdedores, grita con rabia: “¿Justicia? En Estados Unidos no hay justicia, sólo hay una justicia. Pregunta a los Kennedy, pregunta a los muertos, pregunta a cualquiera”. Para agregar luego que todo es “Mierda, mierda, mierda. Hacen trabajar el triple al individuo normal mientras ellos roban a todos dentro de la ley: les venden mierda por diez o veinte veces su valor real, pero eso está dentro de la ley, su ley…”.
Y es aquí cuando le comienzan a crecer las alas a Bukowski, cuando después de instalarnos en la pesadumbre, la oscuridad y la desesperación, intenta salir a flote, bracea con orgullo, se aferra a la vida. Posiblemente, sus mejores personajes sean aquellos que, tras la apariencia de un vagabundo o un borracho, ocultan a cínicos de la estirpe de Diógenes que, entre trago y trago, deslizan como perlas sus consejos sobre cómo enfrentar la vida: “Saber mantener el equilibrio justo entre soledad y gente, ésa es la clave, ésa es la táctica, para no acabar en el manicomio”. Y que incluso se atreven a dar lecciones sobre literatura y estética: “La poesía dice demasiado en demasiado poco tiempo; la prosa dice demasiado poco y se toma demasiado tiempo”. Por muy hundidos que estén, o por muy destrozados, no renuncian a la lucha.
Es curioso que las críticas negativas a Bukowski hayan provenido de sectores absolutamente antagónicos, como lo son el conservadurismo de derechas y la izquierda de corte comunista. Para los primeros, Bukowski no es más que un resentido social, un pícaro y un sinvergüenza que no respeta los valores de la sociedad y se codea con el hampa y el vicio. Para los segundos, representa el decadentismo burgués, el derrotismo que desmoviliza a la clase trabajadora y pretende sumirla en el cieno del individualismo y el hedonismo, tan alejado del espíritu de sacrificio que requiere la lucha por la construcción de un proyecto colectivo.
Por motivos distintos, ambas visiones coinciden en señalar que su obra no merece ser tomada con atención: En el proverbial pacifismo de Bukowski -recordemos los 60 y el descalabro yanqui en Vietnam- no ven ningún ideal sino solo el intento por salvar el propio pellejo. En la búsqueda del placer, ven solo vulgaridad y bajeza, nunca un intento por aferrarse a la vida, por salvar, a veces literalmente, el alma. En la narración de la zozobra existencial, solo ven mezquindad, cobardía y debilidad de espíritu, nunca sensibilidad ni mucho menos poesía. En su visceral anti-intelectualismo, solo encuentran envidia, amargura o frustración, jamás una crítica sólida y de fondo a una academia anquilosada y jerarquizada que reproduce los vicios del poder y conflictos de intereses tan ajenos al conocimiento y al espíritu.
Todos los valores que existen en la obra de Bukowski y que omiten sus detractores, fueron reconocidos por la legión de lectores que entre los 70 y 80 agotaron una tras otra las ediciones de sus libros, pero que hoy, a la vista de los hechos que sacuden la actualidad, parece urgente rescatar: El espíritu que animó la superación del Franquismo en España, la promesa fallida de una Transición que se negó a la ruptura, que escabulló el bulto a la hora de impartir justicia a los crímenes de la dictadura y a los chanchullos de las elites económicas, que no fue capaz siquiera de blindar las libertades individuales básicas, debe ser recuperado. Quién lo diría que en la España del siglo XXI, cantantes y artistas iban a ser perseguidos por letras de canciones o que el mismo Bukowski iba a ser objeto de censura: Efectivamente, hemos visto estupefactos cómo por orden del gobierno fue retirado del Festival Barcelona Poesía un panel que reproduce un poema de Bukowski, acusado de “ofensas a la policía”. Sin mencionar el auge de la extrema derecha que amenaza en toda Europa derechos y libertades que hasta hace dos días nos parecían indiscutibles e inamovibles.
Por ello y mucho más, necesitamos recuperar al viejo Bukowski, para recordar que las espurias libertades que hemos conocido, no nos han sido regaladas sino que han sido fruto de la lucha y la resistencia. Para reconocer, junto a los tristes fracasados de Bukowski, que el problema de nuestro tiempo es que nada tiene valor y todo tiene un precio, en virtud de la sociedad estupidizada por el consumismo y el espectáculo y que lo único que realmente hace que valga la pena vivir, es algo tan sencillo como estar en paz. Como lo reconoce Skorski, luego de haber dejado todo atrás: “Subió a su cuarto, levantó la persiana, contempló la luna de México, se estiró, se sintió absoluta y totalmente en paz con todo, y se durmió.”