Fue un día maravilloso que siempre recordaré con un afecto especial. Y cada vez que paso por la calle Bolaño y veo que la calle está llena de tránsito y de vida, con multitud de niños y jóvenes jugando en esos jardines que se extienden por kilómetros de largo, pienso que estuvo bien, que valió la pena y que seguro, entre los vecinos que la habitan, habrá más de alguno que sea lector y podrá sentir el orgullo de vivir en la calle Roberto Bolaño.
Ciudad de México, 10 de agosto (MaremotoM).- Una de las cosas más lindas que he hecho en mi vida, fue conquistar una calle para Roberto Bolaño en Girona. ¿Por qué? ¿Para qué? Son preguntas intrascendentes, situadas fuera de la compulsión de la poesía e incapaces de vislumbrar aquello intangible que latió allí, en la fiesta de inauguración de la calle de Bolaño en Girona.
En este sentido, la mayoría de los periodistas y escritores que se refirieron en diversos medios a este acto de homenaje, coincidieron en señalar que, más allá del fervor de un grupo de fanáticos de la literatura, se enfatizó en la misteriosa unidad entre Poesía y Vida, que convierte en seres absolutamente singulares no solo a los geniales escritores como Bolaño, sino también a los lectores entregados a esta pasión.
Así lo entendió, por ejemplo, Josep Maria Fonalleras, quien, desde las páginas de El Periódico de Cataluña, afirmó que este acto “no sería ninguna heroicidad sino fuera porque, en los tiempos que corren, dedicar tus esfuerzos a hacer que una calle se conozca con el nombre de un escritor, irreductible y poderoso, es una labor heroica, es decir, desinteresada y noble”.
Aquí Fonalleras entró de lleno en los verdaderos motivos que tuvimos para homenajear a Bolaño y, de paso, me descubrió a mí mismo en las raíces de mi accionar.
Vivir a contracorriente, buscando la nobleza del espíritu, reuniendo a la gente alrededor del fuego del poema, como los bardos de la antigüedad. Ésas fueron las consignas y el viento que infló las velas de mi proyecto literario y editorial llamado El Llop Ferotge, el lobo feroz, que impulsé desde Girona entre 2006 y 2017, nutrido por el deseo de hacer florecer la Poesía, para que tuviera un espacio en la sociedad y que los valores del “desinterés” y la “nobleza” brillaran públicamente.
Entonces, rescatar la figura y la obra de un escritor arriesgado y romántico como Roberto Bolaño, que vivió en esta ciudad y que luchó contra viento y marea por construir el enorme palacio de su obra literaria, era y es fundamental. Así podemos animar a los Bolaño del futuro, a jóvenes que, como él, quizá tendrán todo en contra pero que, si se miran en el espejo de este chileno universal radicado en Blanes, podrán sentirse estimulados a no rendirse, a luchar, a comprender que hay premio para los que resisten.
Por todo ello, conquistar la calle de Roberto Bolaño en Girona fue comprendido como un acto de resistencia y de celebración. Por eso rechacé la presencia del embajador chileno en Madrid, Sergio Romero, quien por medio de su secretaria se había puesto en contacto conmigo para venir y participar del acto, ofreciendo un discurso a nombre del gobierno de Sebastián Piñera, aportando unas cajas de buen vino chileno para la fiesta.

En otras circunstancias, hubiera sido lo normal, que el representante político de un país acuda a un homenaje a un compatriota. Pero no para nosotros. Bolaño no me lo hubiera perdonado, y quizás su espíritu se habría revuelto en el mar al saber que un pinochetista como Romero, a nombre de un pinochetista como Piñera, venía a pulular a la inauguración de su calle. Como si no hubiéramos leído Estrella Distante o Amuleto.
Y acto también de celebración, porque Bolaño había vencido. Porque había escrito y publicado Los detectives salvajes. Por las mil páginas inmortales de 2666. Por Los perros románticos y La universidad desconocida. Por cada uno de sus artículos y relatos. Una celebración por todo lo más alto que pudiéramos organizar.
Tomó su tiempo lograr que el ayuntamiento de Girona decidiera, primero, dedicar una calle a nuestro poeta y, luego, más tiempo para que esta calle fuera una realidad. La primera petición la hicimos en septiembre de 2008, al calor del homenaje que el llop ferotge hizo a Bolaño en los cinco años de su muerte, publicando un número especial de nuestra revista, con textos, entre otros, de Alejandro Zambra y Ponç Puigdevall e ilustrada por Jordi Bofill y Cecil Gaspar.
Al principio parecía que la idea no iba a prosperar, pero los buenos oficios de Lluïsa Faxedas, regidora de Cultura, sumado a la propuesta de Guillem Terribas de hacer una campaña de recogida de firmas a favor de una calle para Bolaño, que tendría su sede en la legendaria Librería 22 de Girona, aceleró el proceso.
La idea original fue bautizar con el nombre de Bolaño la pequeña plazoleta ubicada entre la calle Hortes y el emblemático puente de acero construido por Gustave Eiffel, llamado el puente de las pescaderías viejas. Se nos concedió, en cambio, una avenida de un kilómetro de largo en una zona aún por urbanizar en la periferia gironina, en el barrio de Domeny. No todo estaba en el aire, pues al inicio de la avenida ya existía y funcionaba una escuela primaria y estaban en proceso de construcción numerosos edificios y viviendas.
Sólo cometimos el error de, siguiendo los tiempos de la planificación de las constructoras, organizar la fiesta de inauguración de la calle para enero de 2011. Mucha gente se comprometió a venir y participar del acto, entre ellos Jaume Vallcorba, editor de la poesía de Bolaño y con quien tuvieron una gran amistad. Pero las obras se retrasaron y tuvimos que postergarlo todo. La fecha final fue el sábado 18 de junio. La calle aún estaba vacía, los edificios en construcción, pero sí que estaba la enorme plaza contigua a la escuela, y unos bellos jardines con césped, árboles y juegos infantiles. Todos quienes habían anunciado su asistencia pudieron venir, a excepción de Vallcorba, que justo durante esos días estaría en el extranjero. Una lástima, me hubiera encantado saludarle ese día.
Pero sí estuvieron presentes el editor Jorge Herralde y su mujer, Lali Gubern; Ignacio Echevarría, Rodrigo Fresán, Bruno Montané y su padre, Julio Montané, inspirador del personaje Amalfitano, héroe de 2666, quien, a sus 84 años, viajó especialmente desde México para estar presente en esta celebración. Estuvo también su hermana Salomé y su cuñado Narcís Batallé, como así también su último amor, Carmen Pérez de Vega. Y por parte de la ciudad de Girona, Lluïsa Faxedas y la candidata socialista al ayuntamiento, Pía Bosch, que venía recién de perder las elecciones, el cineasta Isaki Lacuesta y el librero Guillem Terribas, que al frente de la Librería 22 fue mi socio en la organización de esta fiesta de homenaje a Roberto Bolaño.
Hubo presencia de medios de prensa y televisión locales y desde México el Canal 22 envió a Mónica Maristain –célebre por haber hecho una de las últimas entrevistas a Bolaño, en la edición mexicana de Playboy– y al cineasta Ricardo House, al frente de un grupo de filmación que, aparte de hacer el reportaje televisivo correspondiente, grabó entrevistas y material para su trilogía documental Roberto Bolaño: La batalla futura.
El acto tuvo un comienzo surreal, ya que el ayuntamiento de Girona falló en la logística: Cuando llegamos sólo vimos el escenario, y nada más. Faltaban las sillas, el equipo de sonido, microfonía, mesas para el cóctel. Yo estaba indignado de que el editor de Anagrama, Jorge Herralde y su mujer Lali Gubern, y Julio Montané, tuvieran que pasarse toda la mañana de pie, sólo porque unos abúlicos funcionarios municipales no le habían dado valor ni importancia al acto a realizarse. Lluïsa Faxedas tuvo que hacer un par de llamadas telefónicas de emergencia para que el director del centro cívico más cercano, nos llevara personalmente sonido y sillas en una furgoneta.
Mientras yo estaba frenético, todo el mundo parecía pasárselo en grande. Ignacio Echevarría comentaba que esos tropiezos y fallos en el acto le hubieran encantado a Bolaño, mientras que Fresán, al ver que la avenida Bolaño contaba por lo menos unos 3 kilómetros, fantaseaba con la posibilidad de que alguien se mudara a vivir en la Avenida Bolaño, número 2666.
Lo que no estaba en el guion, fue que de repente apareciera Patti Smith, quien, al enterarse del acto, no se lo quiso perder y cogió el primer vuelo desde Nueva York. Nos honró a todos, además, cantando a capella una canción dedicada al gran detective salvaje.
Fue uno de los momentos más hermosos del acto, junto con la intervención de Salomé Bolaño, que leyó fragmentos de las cartas que su hermano le escribía desde Girona, cuando ella había regresado a México. Cartas fechadas en la primera mitad de los años ochenta, que espero algún día cercano sean publicadas junto a toda la correspondencia de este gran escritor.
Las numerosas cartas escritas por Bolaño a amigos como Enrique Lihn, que se conservan en los Estados Unidos; a Bruno Montané, que están en la Biblioteca de Madrid; a Carlos Edmundo de Ory, que se pueden consultar en la Fundación De Ory en Cádiz, y otras, como estas de Salomé, que permanecen en manos privadas, deberían estar publicadas y al alcance de los lectores.
Es una incongruencia que un material tan valioso como la correspondencia de un escritor permanezca en la oscuridad, y se publiquen, en cambio, bajo el calificativo de “novelas”, fragmentos inconclusos y borradores desechados por el autor.
Destacable fue también la intervención de Bruno Montané, el Felipe Müller de Los detectives salvajes, íntimo amigo de toda la vida y en cuyo hogar mexicano fue fundado el movimiento infrarrealista que inspiró luego la legendaria novela. Recitó el excelente poema «La cantera de las manos», escrito junto con Bolaño a cuatro manos en la primavera de 1977, recién aterrizados en Barcelona. Este poema sólo se encuentra en el volumen Entre la lluvia y el arcoíris, edición de Soledad Bianchi, de 1983, lo cual equivale a decir que es inencontrable para los lectores de hoy.
Jorge Herralde, por su parte, definió la calle Bolaño como una especie de “catedral laica”, en donde vendrán en peregrinaje desde todo el mundo, los lectores marcados a fuego por la obra de este escritor inmortal.
Clausuramos el acto y allí mismo, en las mesas de ping pong de los jardines adyacentes a la calle, servimos el cóctel. Los amigos más cercanos del Llop Ferotge llevaron de todo, recuerdo especialmente a Joana Ramos, quien preparó varios litros de un gazpacho hortelano que fue muy celebrado, junto a unos pinchos de melón con jamón.
Anna Borrell llevó tortillas de patatas hechas con huevos de las gallinas de su madre, de auténtico campo. La Librería 22 auspició con una reserva de vinos blancos y tintos del Empordá, que volaron junto a los tacos de quesos pirenaicos y mariscos de la Costa Brava.
Compartimos alrededor de dos horas de tertulia y camaradería, éramos en total, unas setenta personas, unidas en el homenaje a un poeta que había vencido y llegado a lo más alto. Recuerdo a un grupo de profesores de instituto de Barcelona, bolañistas de la primera hora; a Isabel Llinàs, la muchacha “de pelo rojo” que aparece en La prosa del otoño en Gerona y que conserva cartas y dedicatorias en donde Bolaño firmaba como Robert Ballyear; a mi amigo el escritor Rodrigo Díaz Cortez junto a su mujer; a Jorge y Nadine Garralda, junto a Gilda Hollenberg; a Annaré Fornons, con su hijo Youssef; al poeta Roberto Ruiz Antúnez, que vino desde Valladolid; el músico Cristian Ronban, venido desde Alemania para la ocasión; La periodista Eva Vázquez, del diario El Punt, que había seguido e informado desde este periódico de los preparativos del acto desde el mismo momento en que se había aprobado la construcción de la calle Bolaño. En fin, se reunió allí un grupo maravilloso de lectores activos.
Luego nos fuimos a almorzar en el emblemático restaurante La Penyora, donde Consol y Lluís Lamas nos esperaban con el salón enteramente reservado para nosotros. Rematamos la tarde paseando por Girona. Estuvimos en Las Pedreras, el barrio donde vivió Bolaño entre 1980 y 1985, la gente se sacó fotos en la que fue su casa, contigua a la del artista gironino Enric Ansesa. Visitamos algunos lugares mencionados en su obra, como el bar L’Arcada, donde no hay ninguna placa conmemorativa, a pesar de ser escenario del que, posiblemente, sea uno de los más bellos relatos de Bolaño, “Vida de Anne Moore”.
Fue un día maravilloso que siempre recordaré con un afecto especial. Y cada vez que paso por la calle Bolaño y veo que la calle está llena de tránsito y de vida, con multitud de niños y jóvenes jugando en esos jardines que se extienden por kilómetros de largo, pienso que estuvo bien, que valió la pena y que seguro, entre los vecinos que la habitan, habrá más de alguno que sea lector y podrá sentir el orgullo de vivir en la calle Roberto Bolaño.