“Yo sigo creyendo profundamente en el amor, de otro modo no tendría marido ni hubiera sido padre, aunque tienes toda la razón, porque ahora me interesan otros temas. Oscar Wilde dice que un escritor escribe lo que no puede vivir. Yo estoy explorando eso. Estoy explorando una cosa más oscura, más tétrica, intensa y prohibida. Si me hubieses visto cómo escribí Sara, las cosas más siniestras, con una niñita en mis brazos, mientras le cantaba canciones infantiles”.
Ciudad de México, 9 de agosto (MaremotoM).- Aunque el proceso creativo sea el mismo, José Ignacio Valenzuela (chileno, radicado en los Estados Unidos), se presenta a veces como un gran guionista de televisión y escritor de telenovelas. Un autor de literatura lo vale en la Trilogía del Malamor, que Planeta ahora reedita. Hacia el fin del mundo, por este creador de ¿Quién mató a Sara?, una de las series más vistas en Netflix.
Hacia el fin del mundo cuenta la historia de una estudiante de antropología de 19 años llamada Ángela Gálvez que viaja en busca de su amiga perdida Patricia. Tras recibir un vídeo de Patricia en el que le suplica que la rescate, parte hacia su último destino conocido: la remota y maldita ciudad de Almahue. La leyenda cuenta que la ciudad fue maldecida por una mujer llamada Rayén después de ser traicionada por el hombre que amaba. La maldición de Rayén prohíbe a los habitantes de la ciudad poder enamorarse y, si se atreven a desafiar la maldición, se arriesgan a morir.
“Si te soy honesto, el proceso creativo es básicamente el mismo. Uso las mismas neuronas para inventar personajes de un libro, de una serie y para armar como el entramado, la columna vertebral. Donde me separo es a nivel de formato, de hecho, la Trilogía del malamor, la empecé a escribir como una telenovela. Llevaba dos capítulos y necesitaba mucha introspección de los personajes”, cuenta José Ignacio Valenzuela, en una entrevista robada a su abultada agenda.
ENTREVISTA EN VIDEO A JOSÉ IGNACIO VALENZUELA
–La telenovela no tiene introspección en los personajes
–Cada formato tiene sus propias fortalezas y debilidades o complicaciones. En el caso de la literatura es la maravillo, porque puedes profundizar en la mente de tus personajes hasta el infinito. El guión exige acción, que sean cosas visuales, que se puedan ver.
–Esta posibilidad de editar la Trilogía del malamor es la posibilidad del éxito que tienes ahora como autor de ¿Quién mató a Sara?
–La reedición vino antes de que ¿Quién mató a Sara? Y a este fenómeno que ha venido ocurriendo en mi vida en los últimos meses. Me alegra mucho porque los libros están teniendo una vida más larga. La publicación del libro uno tiene 11 años. Primero fue como una sorpresa, luego fue mucho orgullo y finalmente es que la editorial Planeta tiene como un circuito escolar. La primera edición fue cara y eso aleja a los colegios. Esta reedición es llegar al otro mercado, algo que me fascina.
–Tú creías más en el amor en aquella época
–Yo sigo creyendo profundamente en el amor, de otro modo no tendría marido ni hubiera sido padre, aunque tienes toda la razón, porque ahora me interesan otros temas. Oscar Wilde dice que un escritor escribe lo que no puede vivir. Yo estoy explorando eso. Estoy explorando una cosa más oscura, más tétrica, intensa y prohibida. Si me hubieses visto cómo escribí Sara, las cosas más siniestras, con una niñita en mis brazos, mientras le cantaba canciones infantiles.
–Decía Roberto Bolaño que después de ser padre uno no podría escribir sobre muerte de niños… ¿Cuál es tu límite? ¿Cómo se hace para criar a una niña en medio de tantos compromisos?
–Con Anthony, mi marido, hacemos todo. Eso vino a cambiar mis horarios y mi nivel de entrega al trabajo. Antes trabajaba 15 horas por día. Empiezo a escribir mucho más temprano y lo hago hasta las 7. Eleonora vino a cambiar mis límites, como dice Bolaño. No puedo ver películas serias donde los niños lloran desconsoladamente. No puedo. Yo pensaba que esas cosas no me iban a pasar y soy un cliché.
–Este cliché, ¿cómo ha hecho la serie? Hoy salieron las ternas de Imagen Award, donde está ¿Quién mató a Sara?
–Acabo de saber lo de los premios. Yo soy súper distante con los premios, más aún con las candidaturas. Yo siempre voy a pensar en un grupo de personas que soy el que más mal lo hace. Parto de la base que no tengo ninguna posibilidad. Con respecto a ¿Quién mató a Sara?, yo demoré mucho en darme cuenta lo que estaba pasando. Es como cuando te subes a una montaña rusa y la montaña rusa sube como de propulsión a chorro. Yo estoy pasmado. Me cuesta entender que es la serie más vista en la historia de Netflix. Me cuesta entender que fue número uno en casi 70 países. Me ha pasado, por ejemplo, tuve que llevar a mi auto aquí a los Estados Unidos, donde nadie hablaba español y cuando me preguntaron a qué me dedicaba, cuando les dije, se produjo como un revuelo en el taller mecánico. Se llamaban entre ellos, me sacaron fotos. Esas cosas me hacen caer en el 20, más que las cifras.
–¿Cómo te sientes tú cómo escritor? ¿Estás obligado a tener otro éxito tan grande?
–Yo soy súper inseguro. En mi vida de papá, de marido, de ciudadano, soy decidido y categórico. Pero en mi vida profesional, soy súper inseguro. Todos los años tomo un curso de algo, porque siempre me siento poco preparado, como muy inseguro y tal vez tiene que ver con esa especie de bullying que me hicieron cuando estudiaba literatura y yo había empezado a escribir en la televisión. La universidad se giró en contra mío porque consideraban que me había puesto tonto. A mí me daba un orgullo bárbaro haber sido escritor de telenovelas. Cuando Sara explotó, yo estaba haciendo otro proyecto para Netflix así que no tuve qué pensar qué es lo que venía después.
–Como todo escritor chileno tú sufres bulliyng…
–(risas) En Chile lo único que se sabía era que yo escribía telenovelas, si se nombran a escritores chilenos, yo no estoy ahí. De hecho, al último país al que llegaron mis libros fue Chile. Tengo a muy queridos amigos en el mundo literario chileno, pero soy mis amigos. Por otro lado, yo admiro profundamente a muchos escritores chilenos, admiro a José Donoso, a Pedro Lemebel, a Isabel Allende, a Roberto Bolaño, a Jorge Baradik, a Fernando Ortega, son superlativamente buenos, pero yo no formo parte. Tampoco es algo que me preocupe. Así es. A lo mejor eso de que nadie es profeta en su tierra en este caso se cumpla.