Se escucha que Corea del Sur es uno de los países con el Producto Interno Bruto más alto de la región (con empresas transnacionales como Samsung, LG o Hyundai), soportada en una economía altamente financiera basada en la deuda, pero también en la precariedad de las clases bajas. Se menciona además, aunque menos estridentemente, que es uno de los países de la OCDE con alarmante tasa de suicidios, aparentemente motivados por estrés. Por su parte, en lo que se refiere a Corea del Norte, a pesar de que nos llega mucho menos información –y ésta es filtrada por aparatos de propaganda interna y externa–, podemos suponer que su población tampoco vive en un estado de felicidad.
Ciudad de México, 18 de noviembre (MaremotoM).- Nunca he visitado Corea (y si no la del Sur, mucho menos la del Norte), por lo que las divagaciones del presente escrito harán que “paguen justos por pecadores”. Mi perspectiva se limitará, pues, a aquello que he podido entender –entre líneas– a través de las diversas manifestaciones artísticas surgidas en dicha península, en las cuales, a mi parecer, se puede percibir su atribulado carácter nacional.
Históricamente, como ha ocurrido con otros territorios, Corea fue perfilada, a mediados del siglo XX, como tablero geoestratégico de aquel maniqueo mundo bipolar de “Capitalismo vs. Comunismo”. Además de compartir frontera con China y Rusia, la península coreana se halla cerca de Japón, cuya tendencia expansionista la acorraló durante siglos (incluyendo aquel kamikaze frenesí imperialista japonés que culminó con un inédito “uso correctivo” de armas nucleares sobre su población civil).
Corea, pues, ha encarado recurrentemente ese destino de ser intervenida, ocupada y utilizada. Al caer Japón en 1945, las potencias protagonistas de la subsecuente Guerra Fría –EEUU y la URSS– asumieron en Corea su típico rol especular de proteger los territorios “liberados”, con el usual objetivo de dividirse las “zonas de influencia”. Corea, así, segmentada de manera enfática en el paralelo 38º, personificó el papel –como ocurriría en países como Vietnam o en los bloques de países europeos separados por la cortina de hierro durante la posguerra– de ser otra base-territorio-experimento, aunque con la diferencia, a mi parecer, de que ambas Coreas aceleraron, como en ningún otro territorio dividido, las implicaciones de las dos posiciones ideológicas impuestas por las potencias mentoras (esto es, cada una extremó las consecuencias de los respectivos modelos que se les habían inoculado: el capitalista en el sur y el comunista en el norte).
Se escucha que Corea del Sur es uno de los países con el Producto Interno Bruto más alto de la región (con empresas transnacionales como Samsung, LG o Hyundai), soportada en una economía altamente financiera basada en la deuda, pero también en la precariedad de las clases bajas. Se menciona además, aunque menos estridentemente, que es uno de los países de la OCDE con alarmante tasa de suicidios, aparentemente motivados por estrés. Por su parte, en lo que se refiere a Corea del Norte, a pesar de que nos llega mucho menos información –y ésta es filtrada por aparatos de propaganda interna y externa–, podemos suponer que su población tampoco vive en un estado de felicidad.
Pero es especialmente en Corea del Sur, país tan profuso en la industria del entretenimiento, en donde tanto las características positivas como su lado oscuro permean en las obras de ficción y manifestaciones expresivas. Lo que me lleva aquí a hacer la siguiente conjetura: Corea del Sur pareciera tener un pie en el futuro, pero en el sentido distópico; funciona como un escaparate de lo que podría ocurrir a la humanidad en el corto plazo de continuar en la vorágine tecnológico-financiera en la que se halla enajenada. Y su “contraparte” (buena o malvada, según), Corea del Norte, nos muestra por su parte el panorama de lo que implicaría sucumbir a regímenes totalitarios para conservar una relativa estabilidad. Todo esto, claro, de insistirse en la necedad de limitar las opciones de organización según la visión de un mundo bipolar.
Parásitos
La película Parásitos, del 2019, dirigida por Bong Joon-ho, hace patente las agudas diferencias entre sectores sociales que existen en Corea del Sur, a pesar de que en dicha nación casi la mitad de la población ha cursado educación superior y que la tasa de desempleo sea muy baja. Aunque, aparentemente, dicha economía se plantee como igualitaria, la percepción de los surcoreanos es otra. Muchísimos estudian y se graduan, pero, en el momento de enfrentar la división efectiva del trabajo, resultan entonces sobrecalificados para muchos de los puestos; por tanto, buscan emigrar a otros países para coronar sus esfuerzos. De permanecer en Corea, la estrategia ineludible parece ser la de aprender a blofear; esto es: utilizar sus habilidades para adaptarse de manera relativamente parasitaria, buscando aprovecharse los unos de los otros y a generar una dinámica obsesionada por las conexiones sociales o “linajes” (mismos que amparan la riqueza que han, si no generado o heredado, por lo menos agandallado).
Dicha película muestra cómo los estratos incluso se manifiestan en los niveles topográficos del hábitat: mientras algún tipo de parásitos se solaza en sus residencias de las colinas, otros muchos parásitos más tienen que cuidarse de las inundaciones en sus cuchitriles del subsuelo. Asimismo, una casa puede contener niveles, subsuelos ocultos, producto y secuela de secretos y conflictos recurrentes, relacionados con la movilidad social.
Gangnam Style
El fenómeno del K-Pop, surgido en los años 90 del siglo pasado en Corea del Sur, que se caracteriza por fusionar música sintetizada, rutinas de baile, cosméticos y ropa colorida de moda, integra plenamente géneros musicales extranjeros y lleva a la exageración sus clichés (como en otras manifestaciones coreanas, no nos queda claro si es una apropiación gustosa con ínfulas de modernización o si es un mimetismo paródico que funciona como sorna y excusa para el mero negocio del entretenimiento). En todo caso, se da una suerte de “industrialización” de los jóvenes que forman dichos conjuntos, los cuales soportan la carga de lo que el género musical pop supone: la obsesión por la imagen, las estilizaciones, coreografías extensas, así como la relativa sexualización y cosificación de sus intérpretes, entre otras tendencias de la glamorosa explotación.
El juego del calamar
Si las personas en Corea se ven orilladas a entrar en la maquinaria del “éxito” formulado por las finanzas personales y así aceptar enajenar cualquier otro significado de bienestar, se explica entonces que haya calado allí –y en muchos otros países, perfilados en esa tendencia– una serie en la que los participantes de un juego siniestro arriesgan su vida y su integridad moral para enriquecerse instantáneamente y poder así salir del pozo.
Una élite invitada a contemplar el concurso (que quizás participa en tal morbosidad para evadir el tedio) y apostar por su “sobreviviente favorito”, observa –un tanto aliviada– cómo los sustratos de la supuestamente benévola clase trabajadora, ya de por sí desquiciada por las presiones cotidianas, cuando es llevada a una presión extrema, hace evidente una “justificada” naturaleza (¿humana?) que no tiene pudor en hacer alianzas provisorias con personas no gratas además de traicionar y sentenciar a vecinos y parientes.
Telenovelas estilizadas por el bisturí
Si bien no todo es a muerte entre compatriotas (independientemente de lo que pueda ocurrir ante Corea del Norte), los productos de entretenimiento surcoreanos nos sugieren innegablemente que dicha sociedad vive en un estado de competencia intensa. Los individuos pelean por los mejores lugares en diversos ámbitos, desde la escuela hasta el trabajo y demás esferas de interacción. Tal estado, psicológicamente dañino, es reflejado en los malestares generados por esa “cultura de la vanidad”, en la que tal vez es cristalizada dicha presión.
Como ocurre con otras manifestaciones de la sociedad coreana, que patentiza la sensación de polarización entre los que son –o parecen– “ganadores” o “perdedores”, es muy importante valerse de lo “cosmético” al momento de tratar de conseguir la apariencia adecuada para el anhelado éxito. Tal vez a ello se debe que Seúl sea considerada “la capital mundial de la cirugía plástica” (a pesar de que muchas de dichas intervenciones supongan conflictos con la identidad propia, que debería ser resuelta de otra manera). Quizás en Corea, históricamente, la simulación se haya desarrollado como una estrategia de sobrevivencia ante un perenne enemigo de uno u otro bando.
Inquietudes de los filósofos coreanos
Si bien entre las preguntas principales de la filosofía de cualquier sitio y época siempre figuran dos: ¿qué es la realidad? y ¿cuál es la naturaleza humana?, los coreanos, al verse orillados a habitar la perpetua contingencia de una “instancia futura” del género humano, se hayan orientado a planteamientos como los del filósofo Byung-Chul Han, especializado en estudios culturales y reconocido por sus reflexiones sobre los males surgidos de la sociedad hiperconsumista y neoliberal. En lo que se refiere a la naturaleza humana, independientemente de lo que ésta pueda ser esencialmente, sus planteamientos se enfocan en las consecuencias y dinámicas de una evidente enajenación de la misma.
Algunas de palabras de Han son: “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando (…) se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede (…) es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado”. Y en relación al límite de todo este caos, aventura: “Puede que al final el sistema implosione por sí mismo (…) En cualquier caso, vivimos en una época de conformismo radical: la universidad tiene clientes y sólo crea trabajadores, no forma espiritualmente; el mundo está al límite de su capacidad; quizás así llegue un cortocircuito y recuperemos ese animal original”.
¿Y qué pasa en la vecina Corea del Norte?
Aludido como “el régimen más represivo del mundo”, en dichos parajes el poder se hereda por estricto linaje y es respaldado por uniformados de corte militar. ¿Qué hacen los ciudadanos al salir del trabajo? En las fotos satelitales del globo terráqueo, dicho territorio no puede ocultar su falta de vida nocturna. Obviamente, no podemos husmear street views en el Google Maps. Según documentales, en tal “paraíso disciplinado” ni siquiera puede haber relajado turismo de a pie: nada de selfies no acordadas, por muy banales que la mayoría de éstas sean. ¿Videos?, nanay. Y no se le ocurra a uno entrar con intenciones periodísticas… Los guías-guardianes –más de uno, tal vez para que se vigilen mutuamente y se acoten para no salirse del guión– conducen a los visitantes por itinerarios que procurarán resaltar los logros del país. Los ciudadanos que llegan a interactuar con los visitantes se comportan asimismo de manera rígida, como si fueran extras de una película –y los monumentos y los misiles un decorado–, pues todo movimiento de los extranjeros sea quizá motivo de reportes. A pesar de tanto “estoicismo”, uno podría imaginar que los habitantes en general no viven en una situación tan desesperada, pues de otro modo buscarían suplicarle a uno que llevara una nota de rescate al exterior (“Dígale a la ONU que rescate o que vele por mis hijos”).
Para ampliar la perspectiva, aquí el enlace de un documental sobre Corea del Norte, en el que unos visitantes filman en secreto su visita (al menos los lugares e itinerarios que les fueron autorizados):
En fin, que si uno de los probables futuros distópicos de la humanidad es el que los totalitarismos se impongan como modo de “organización”, ambas Coreas ya están funcionando como prototipos: en Corea del Norte, el totalitarismo lo impone un estado sobrecontrolador basado en la coerción y en la “diplomacia militarizada”; por su parte, en Corea del Sur, la que aparentemente se beneficia con las libertades de la democracia y del libre mercado, el control y la enajenación no parecen menos intensas, ya que además provienen de las pulsiones y mandatos de la “beneficiosa” economía financiera, la cual ha sido puesta como el epicentro de las dinámicas de la sociedad.
Afortunadamente, los demás países –unos u otros más o menos jodidos en cualquiera de los rumbos– podemos contemplar la tragicomedia humana en las manifestaciones del entretenimiento coreano… ¿Estaremos a tiempo de escoger una tercera vía (siquiera de escape)?