“Cada cuento tiene su propia lógica. Hay relatos muy distintos, como el que abre el libro y está inspirado en Las mil y una noches. Los otros son textos más contemporáneos y atraviesa las diferentes violentas de la vida actual. Todos están teñidos con la labor oscura, no creo que sea labor de la literatura la felizología”, reflexiona Ortuño.
Ciudad de México, 28 de julio (MaremotoM).- Muchos críticos analizan la obra de Antonio Ortuño citando a autores extranjeros, pero él mismo se siente discípulo del guanajuatense Jorge Ibargüengoitia. En este último libro, Esbirros, editado por Páginas de Espuma, me hace acordar a la prosa de José Agustín y el primer cuento se parece en el estilo y en la búsqueda estética a Luis Muñoz Oliveira.
Juntos van a dar un taller sobre sus cuentos, dando muestras de que esos ríos van y vienen por su literatura y eso no está nada mal.
Hoy cumple 45 años Antonio Ortuño, lo celebra ser uno de los autores más leídos y publicados.
ENTREVISTA EN VIDEO A ANTONIO ORTUÑO
En Esbirros, la editorial dice: No busquen historias Disney ni fábulas morales en estas páginas. Acaban de tropezar con la contundencia y la fuerza de la mejor literatura mexicana. Antonio Ortuño, en su libro más salvaje, navega entre la sátira y la ironía y nos obliga a asomarnos a la doble condición de víctimas y victimarios que llevamos marcada en la frente.
Son cuentos pesimistas, donde no hay ninguna salida. “Yo creo que un escritor lleva al papel una cosmovisión y la mía siempre ha estado cimentada en dos pilares: el escepticismo y el mensaje del punk rock: el futuro no existe”, dice Antonio Ortuño, en entrevista por zoom.
“Cada cuento tiene su propia lógica. Hay relatos muy distintos, como el que abre el libro y está inspirado en Las mil y una noches. Los otros son textos más contemporáneos y atraviesa las diferentes violentas de la vida actual. Todos están teñidos con la labor oscura, no creo que sea labor de la literatura la felizología”, agrega.
Antonio Ortuño nació en Zapopan, Jalisco (México), en 1976. Ha publicado cuatro libros de relatos: El jardín japonés (2007), La Señora Rojo (2010), la antología personal Agua corriente (2015), La vaga ambición (2017), con el que obtuvo el V Premio Ribera del Duero y el Premio Bellas Artes Hispanoamericano Nellie Campobello y Esbirros (2021). También es autor de las novelas El buscador de cabezas (2006), Recursos humanos (2007), Ánima (2011), La fila india (2013), Blackboy (2014, con el seudónimo «A. del Val»), México (2015), El rastro (2016), El Ojo de Vidrio (2018) y Olinka (2019). Fue ganador del Premio de la Fundación Cuatrogatos, de Miami, al mejor libro juvenil por El rastro (2017) y finalista del premio Herralde de novela (Barcelona, 2007) por Recursos humanos.
“La literatura acompaña la experiencia humana. A veces esa experiencia es sutil y elegante y otras es vulgar y torturada. Escribir es ahondar en esos caminos”, afirma.
“Los cuentos de Esbirros son viejos, los he escrito a lo largo de muchos años. La mayoría ha sido antologado en revistas, los iba reuniendo en una carpeta y luego me pasé ocho meses puliendo la prosa, muchas veces reescribiéndolos.
Son cuentos, además, con finales abiertos. “Me gusta mucho el efecto de un personaje que está de pie en una playa y hay una ola enorme a punto de golpearlo y el cuento se detiene antes de que la ola lo golpee. Creo que la narrativa finalmente aborda el conflicto, la crisis, me gusta retratar esos momentos críticos sin que necesariamente haya soluciones de continuidad”, expresa.
“La posibilidad de que el mismo lector termine de trazar el arco. Yo no sé lo que pasa cuando detengo el texto. Creo que el final es el que aparece en el cuento. Decía Orson Welles es que la diferencia entre la comedia y una tragedia en qué momento dejas de contar una historia”, agrega.
La incomunicación entre los extranjeros transcurre en “Gusano”, un cuento conmovedor. “¿Qué cosa más inocua que una reunión de funcionarios? Pues termina trastocada de acuerdo al mezcal, que hacen que broten esas emociones que estaban soterradas y que son llevadas al extremo en el cuento”, afirma.

“Desde luego que me impresionó mucho la prosa de José Agustín en la adolescencia, aunque me siento más discípulo de Jorge Ibargüengoitia, me gusta ese abordaje de la cotidianeidad. Yo no trato de imitar ni el lenguaje ni las atmósferas de Ibargüengoitia, pero las cosas son como decía Ricardo Piglia: hay ríos ocultos que corren por los cuentos”, agrega.
“Hay muchos escritores mexicanos que han tenido influencia sobre mí. Daniel Sada, Sergio González Rodríguez, Ana García Bergua, desde diferentes ángulos. Siempre está en una suerte de búsqueda, de encontrarle un estilo personal en cada relato”, agrega.
“Hay un tipo de estética que se relaciona con la juventud, la fascinación por la violencia, las atmósferas grotescas, esa fascinación adolescente a la sangre, una estética muy cercana a la del rock. Uno puede organizar esos episodios y esas pulsiones y jugar las cartas con más astucia, que es lo que he intentado en estos cuentos”, dice.
“Lo que me interesa es no ser monótono, cada cuento tiene una composición química diferente”, agrega.
“Yo sí leo y parto del supuesto que hay alguien que me quiere leer a mí. No creo que haya una época de oro en la que todo el mundo leía y perdimos. La literatura es algo minoritaria. Desde el punto de vista de la literatura, todas las causas están bien o mal. Soy una persona que vive en su casa, pasea a sus perros y está acá leyendo y escribiendo”, afirma.
“Me encanta el zoom. Soy una persona poco social y poco viajera. Al que le interese leer y escribir lo va a terminar haciendo. La literatura es como una secta más que una religión que trata de reunir millones en una catedral. Somos una secta que se reúne en un bosque y sacrifica gallinas negras…claro, sacrificar gallinas de gomas, pues ahora está mal visto. La popularidad de los textos que hago no me mortifica particularmente. Todo lo demás es extraliterario. Lo que me interesa es escribir y esperar a que mis libros logren una reacción química en quienes los leen”, agrega.