¿Y qué ocurre con los demás estímulos o expresiones que no pueden ser intencionalmente controlados en materia de significación o de comunicación? Si bien pueden ser estudiados e incluso interpretados dentro de la disciplina semiótica, no deben ser tratados a la par de los signos y sus sistemas: resulta más pertinente considerarlos en la categoría de “síntomas”.
Ciudad de México, 5 de agosto (MaremotoM).- Umberto Eco, semiólogo y escritor italiano, en alguna de sus reflexiones contenidas en la importante obra Tratado de semiótica general, lanzó la observación de que un informal diagnóstico sobre el carácter sígnico de una expresión o estímulo sensorial podría ser: “algo es potencialmente un signo si puede ser utilizado para mentir”. Aunque en dicho libro elabora un estudio minucioso y con rigor académico sobre el concepto de signo, el diagnóstico anterior es muy interesante, ya que señala que es requerida una intencionalidad –ya sea informativa o desinformativa– para circunscribir aquella parte medular del dominio de la disciplina semiótica. En palabras del propio Eco: “Siempre que se manifiesta una posibilidad de mentir estamos ante una función semiótica”.
¿Y qué ocurre con los demás estímulos o expresiones que no pueden ser intencionalmente controlados en materia de significación o de comunicación? Si bien pueden ser estudiados e incluso interpretados dentro de la disciplina semiótica, no deben ser tratados a la par de los signos y sus sistemas: resulta más pertinente considerarlos en la categoría de “síntomas”.
Esto no implica que un síntoma no nos pueda expresar algo. Lo que ocurre es que el síntoma escapa a ese control que suele tener el emisor, respecto de los signos, para usar éstos con fines retóricos, engañosos o manipuladores. El síntoma, de alguna manera, más que representar una cosa diferente a sí mismo, hace evidencia de sí mismo (por eso difiere de ese carácter de “sucedáneo”, fundamental en la función semiótica de los signos y sus sistemas)
Los síntomas cuando se filtran en los mensajes
Antes de que Ferdinand de Saussure, lingüista suizo, propusiera el término “semiología” para nombrar en ese entonces a una disciplina que estudiara los signos de manera amplia –no nada más los de la lengua, que para eso ya estaba instaurada la lingüística–, la palabra ya se usaba para describir una rama de la medicina que estudia la observación de los síntomas de los enfermos, las manifestaciones corporales relacionadas con la enfermedad o el desequilibrio homeostático
En una producción audiovisual (una serie o una película, por ejemplo), todo lo que aparece –incluso aquello que se finge o que se acepta como espontáneo– está de algún modo controlado para apoyar la intención del mensaje y la atmósfera en la que se lleva a cabo la emisión. En este caso, si algún síntoma en el set o en la filmación se cuela y distrae o contradice la intención del mensaje, se opta por maquillarlo, editarlo o (“¡corte!”) desecharlo.
En otro tipo de mensajes, cuando el espacio narrativo deja de ser diegético (la diégesis es el desarrollo narrativo que elabora una ficción), los síntomas que eventualmente se presentan forman parte de aquello que ocurre y que es registrado como parte de la no-ficción. Obviamente, si la transmisión se da de manera directa, sin manera de editarse, esto es más evidente (e interesante).
Los seres humanos son hábiles para mentir con las palabras y, en segundo lugar, con las expresiones faciales y algunos gestos de las manos; a pesar de que hay todo un estudio relacionado con “la comunicación corporal”, las demás partes del cuerpo son más complicadas de controlar retóricamente y, por tanto, filtran informaciones cada vez más relacionadas con síntomas que con signos.
Cuando se entrevistan a personas –a menos que éstas sean muy rígidas y que establezcan un tipo de discurso subyacente para sus respuestas–, suelen presentarse (y buscarse) los momentos de espontaneidad en las reacciones, o incluso los lapsus (“equivocación” o equívoco involuntario de la persona, entendido, más que como error, como expresión de algo que no quería hacerse manifiesto) que nos otorgan pistas sobre el carácter de una reacción.
La carcajada ante una irregularidad en el paradigma
En plataformas como youtube uno puede encontrar “compendios” de situaciones que hacen surgir expresiones espontáneas de individuos, las cuales suelen llamar la atención pues se hallan más allá de un discurso y, quizás por lo mismo, nos permiten atisbar respuestas no incorporadas a un guión o retórica.
Si uno se enfoca en los actores, que son personas acostumbradas a usar sus expresiones para “mentir” –en términos de la alusión de Umberto Eco sobre el uso de algo como un signo, fruto de una intención– y que podrían, por lo mismo, desarrollar un tipo de imagen pública controlada o “diseñada” ante el mundo (que funcionara además como una carátula o coraza para no expresar detalles de su historia personal), uno podría advertir que, por más control que tengan sobre sus gestos, posturas, ademanes y demás recursos de comunicación no verbal para poder sugerirnos ciertas cualidades de sus narrativas como personas, hay acciones abruptas, espontáneas, que pueden “desnudarlos” un instante de dicha posible carátula –construida ya sea por glamour o como protección– y darnos pistas de otros aspectos de su personalidad o de su forma “real” de comportamiento o reacción.
Aquí comparto el ejemplo de algunas compilaciones de estallidos de risa de actores o celebridades:
Aunque cada uno tendrá su “radar”, su consonancia o su cúmulo de referentes para juzgar cualidades manifiestas en las carcajadas, pongo a continuación algunos tipos de ataque de risa –respecto del tipo de “irrupción” que supone cada una, desde mi perspectiva– y un listado de personas (algunas celebridades aparecidas en los videos anteriores) que podrían ejemplificar cada una:
- Risas “agradables” (esto es, a mi parecer: plenas, gozosas, radiantes): Emilia Clarke, Charlize Theron, Anne Hathaway, George Clooney, Julia Roberts, Bradley Cooper, Emily Van Camp, Henry Cavill, Beyoncé, Kristyn Kreuk, Scarlet Johanssen, Dwayne Johson, Yvonne Strahovski, Amy Adams, Tom Hardy, Jimmy Fallon, Angelina Jolie, 50 Cent, Matt Damon.
- Risas “desagradables” (esto es, a mi parecer: afectadas, no fluidas): Natally Portman, Rachel McAdams, Chloë Moretz, Samuel L. Jackson, Milley Cirus, Jennifer Lawrence (¿quién lo dijera?), Kim Kardashian (quizás era de esperarse), Burt Reynolds, Fran Drescher, Bella Thorne, Nicki Minaj.
- Risas “raras” (esto es, a mi parecer: peculiares, anómalas, extravagantes): Keira Knightley, Elijah Wood, Eminem, Johny Depp, Robert Downey Jr., Rihanna, Jay Z, Brad Pitt, Katy Perry, Taylor Swift, Michael Fassbender, Vin Diesel, Adele, Zoe Saldana, Quentin Tarantino, Jared Leto, Lady Gaga, Jack Nicholson, Ricky Gervais, Ariadna Grande.
Las figuras públicas con profesiones más serias (por ejemplo: funcionarios públicos, líderes sociales o religiosos), suelen ser más discretos a la hora de mostrar dichos “deslices” ante los medios, aunque a veces, ya sea porque se hallan relajados o animados por algún factor, también se presentan “ataques” involuntarios (o traicioneros, tal vez) en los que nos pueden mostrar parte de su carácter. Aquí unos videos con ejemplos:
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Este ámbito de los síntomas es muy interesante, pero ya me he extendido más de la cuenta. Para terminar por ahora, cabe agregar que, en relación con los exabruptos relacionados con esas “movidas de tapete” que ocasionan conductas de carcajada o de perplejidad, Umberto Eco ya había incluso ampliado la observación relacionada con que “la posibilidad de mentir es el proprium de la semiosis” para también involucrar a la carcajada y a otras manifestaciones espontáneas que se hallan en los límites del “confort cultural” que suponen los signos en el seno de la vida social: “la semiótica no es sólo la teoría de cualquier cosa que sirva para mentir, sino también de cualquier cosa que pueda usarse para hacer reír o para inquietar” (esto es: cuando pone a prueba un sistema significante).