Kertész, que ha hecho clásico cada libro que ha escrito, relata así la historia del año y medio de la vida de un adolescente en diversos campos de concentración nazis, algo por lo que él tuvo que pasar, aunque su relato no tiene nada de autobiografía.
Ciudad de México, 8 de junio (MaremotoM).- Un adolescente camina en homenaje a su destino, pero sin embargo no lo sabe. Es esa edad en la que nos vamos enterando de a poco las cosas importantes de la vida, como cuando somos niños, las únicas dos etapas en las que somos inocentes, es la adolescencia esa prosecución de la infancia, donde aparentamos ser adultos y por dentro no sabemos nada.
“Con la misma sonrisa se dirigió a un soldado una mujer morena, muy guapa, que llevaba aretes y un impermeable blanco que mantenía cerrado con las manos cruzadas en el pecho; con la misma sonrisa pasó delante del médico un hombre moreno de buen aspecto: resultó apto para trabajar. Así llegué a comprender el trabajo del médico”, dice en el principio de su viaje a Auschwitz el protagonista de Sin destino, de Imre Kertész (Acantilado), con la traducción de Judith Xantus, que desde la primera página hasta la última nos estremece y nos pone en el centro de determinar qué grado de cordura sirvió llevar tan adelante la humanidad por otro tipo de especies.
Kertész, que ha hecho clásico cada libro que ha escrito, relata así la historia del año y medio de la vida de un adolescente en diversos campos de concentración nazis, algo por lo que él tuvo que pasar, aunque su relato no tiene nada de autobiografía.
Con una inocencia propia de la adolescencia, viendo en principio a los soldados como la gente mejor vestida frente a esos criminales que quién sabe qué habrán hecho, esta novela es vertiginosa, toda vez que corre por una ruta ascendente hasta hacernos entender y que el propio chico entiende lo que son las barreras de la justicia y la humillación arbitraria, “la cotidianidad más inhumana con una forma aberrante de felicidad” (dice la editorial), la degradación de un ser humano hasta menos que un insecto (el insecto es lo que es) y todo lo que en ese momento uno daría por un vaso de agua, por un plato con pan.
La estancia de Imre Kertész en Auschwitz fue muy breve (apenas tres días); el resto de su cautiverio lo pasó entre Buchenwald y Zeitz. Ese traslado significó el paso de un Vernichtungslager (campo de exterminio) a un Arbeitslager (campo de trabajo) y relatar toda esa experiencia sin sentimentalismo, como si fuera un gran entomólogo, hacen todavía más verdaderas sus vivencias.
Gyürgy Küves es un adolescente húngaro que además de ir descubriendo lo que produce un beso por primera vez, también va conociendo lo que significa ser judío. Poco a poco, en los campos de concentración, Gyürgy se convierte en alguien que ya no muestra ningún interés en sobrevivir.
“La espera no conduce a la alegría”, es algo que él entiende desde el primer viaje a Auschwitz, pero también la espera hace pensar en la libertad. Sólo eso, el mundo como un horizonte, le sirve de relajación y para no matarse, como lo hicieron Paul Celan, Tadeusz Borowski, Primo Levi.
Esta novela se llama Sin destino, aunque también podría haberse llamado Confesiones de un muselmann
Muselmann (en alemán, musulmán) era un término despectivo usado entre los cautivos de los campos de concentración, para referirse a aquellos que sufrían de la enfermedad del hambre y agotamiento, de tal modo que están resignados a su muerte inminente. Los prisioneros Muselmänner exhibían una severa debilidad física, una languidez apática respecto a su propio destino y una carencia de respuesta a su entorno.
Esta novela se llama Sin destino, aunque también podría haberse llamado Confesiones de un muselmann, en esa tremenda e inolvidable voz del escritor que recibió el Premio de Literatura de Brandeburgo en 1995, el Premio del Libro de Leipzig en 1997 y el Friedrich-Gundolf-Preis ese mismo año. Fue galardonado en el 2002 con el Premio Nobel de Literatura y desde su inmortalidad hace más grande Europa con textos como Sin destino.