Es una suerte de relojero suizo de las palabras, un sastre obsesivo tejiendo cada botón con concentración absoluta. Si solo me clavara en su biografía y no en su obra, Uribe podría aparentar ser de esos autores culturosos que a priori me resultan chocantes o pedantescos. Ya saben, el típico creador demasiado libresco y educado que odiaría Kiko Amat, pero la realidad es que Uribe tiene más fuelle y malicia que muchos de quienes quieren navegar con bandera de callejeros, oscuros o malandros.
Ciudad de México, 26 de julio (MaremotoM).- No recuerdo a algún colega que se haya referido alguna vez a Álvaro Uribe como su autor de culto o su principal influencia a la hora de escribir.
El homónimo del odiado ex presidente colombiano es de muy bajo perfil mediático y está lejos de ser el clásico ajonjolí de todos los moles feriales o el omnipresente novelista de moda que te recibe en la mesa principal de Gandhi y perora sobre cualquier tren del mame que se atraviese.
Sin embargo, Álvaro Uribe es de los poquísimos autores mexicanos contemporáneos de los que nunca he leído un libro mediocre o prescindible. De muy escasos narradores puedo decir que me he leído ocho libros y todos sin excepción me han parecido sólidos.
A Uribe lo descubrí allá por 2001 en una antología de raritos y excéntricos llamada Paisajes del Limbo, en donde aparecen, entre otros, Francisco Tario, Jesús Gardea, Guadalupe Dueñas, Arqueles Vela y mi tocayo Daniel Sada. Después leí la novela Por su nombre durante un viaje a Cuba y me encantó, así que me seguí con La lotería de San Jorge, Expediente del atentado, Morir más de una vez, Leo a Biorges, Autorretrato de familia con perro y de ahí pal real.
Ahora estoy leyendo su última novela llamada Los que no y la estoy disfrutando en serio. La inconfundible marca de Uribe es la pulcritud de la prosa - limpiecita, matemática, trazada con compás- y el tono oscilante entre la elegante ironía y el discurso filosófico. Muy borgeano el Álvaro.

Es una suerte de relojero suizo de las palabras, un sastre obsesivo tejiendo cada botón con concentración absoluta. Si solo me clavara en su biografía y no en su obra, Uribe podría aparentar ser de esos autores culturosos que a priori me resultan chocantes o pedantescos. Ya saben, el típico creador demasiado libresco y educado que odiaría Kiko Amat, pero la realidad es que Uribe tiene más fuelle y malicia que muchos de quienes quieren navegar con bandera de callejeros, oscuros o malandros.
Tal vez por la naturaleza de los personajes la última novela tiene un tono o un humor más juanvilloresco. Claro, los escenarios no cambian mucho respecto a anteriores entregas: mexicanos en París a finales de los setenta, servicio exterior, la UNAM, accidentes carreteros, giros improbables.
El tema de la última novela es algo a lo que yo he dado muchas vueltas: aquellos amigos o colegas que en la juventud consideraba absolutamente geniales y destinados a la grandeza y que por alguna jugarreta de la aleatoriedad o el destino acabaron por naufragar o malograrse.
En fin, es un vicio confeso leer a Álvaro Uribe. No lo conozco personalmente y jamás me lo he topado en alguna feria o encuentro. No suelo mencionarlo mucho que digamos y sin embargo debo admitir que es uno de mis autores mexicanos favoritos.