Jueves es el testimonio de una crisis. Al reflejarla, el lenguaje también entra en crisis y su dicción parece un largo grito, un aullido, dice la editorial y es probable que en el libro haya una confesión y por qué no un síntoma de redención.
Ciudad de México, 22 de abril (MaremotoM).- A principios de 2018, Julio Trujillo se fue un mes a la costa de Nayarit a hacer un ejercicio de introspección y a escribir. El resultado es Jueves, editado por Trilce, un largo poema que es también una lucha del autor consigo mismo y que interpela al lector, sin concesiones.
La poesía a veces dice las mismas cosas siempre, en un contexto de un aire contagiado, siguiendo un poco el tema de este virus. “Como decía Jorge Luis Borges, tal vez hay una docena de temas o incluso de metáforas y lo demás son diferentes maneras de decir lo mismo”, asegura Julio Trujillo, un poeta que ha publicado entre otros los libros Una sangre, Proa y El perro de Koudelka.
“A veces desde el punto de vista del mercado, lo que se busca es aquello que los lectores están pidiendo, se uniforma todo peligrosamente”, afirma.
Estamos todos “gozando en un festín de añicos” en esta pandemia: “Ese momentito del poema que tocas es interesante, que tiene que ver primero con la autodestrucción de los paraísos artificiales o de la vida y luego con ese momento del estallido, que aunque es pura disolución, tiene algo de gozoso. Estos tiempos que vivimos son tiempos fragmentarios, es el banquete de las migajas”, expresa.
Jueves es el testimonio de una crisis. Al reflejarla, el lenguaje también entra en crisis y su dicción parece un largo grito, un aullido, dice la editorial y es probable que en el libro haya una confesión y por qué no un síntoma de redención.
“Me pasó con la escritura que de repente sentí de una manera evidente que estaba atrapado por dos eternidades. La del pasado, a la que es imposible volver y a la de futuro, que no existe. En el presente me sentí preso, atrapado. La idea de redención porque el poema tiene mucho de catarsis y uno espera que después de eso venga una vida nueva, después de la penitencia”, explica.
El hambre, la ansiedad, el yo poético está dispuesto a empezar todo de nuevo. “El poema es un registro de apetitos no necesariamente controlado al que está sometido el sujeto que habla. Sobre todo, hay una ansiedad por estar en otro lugar”, afirma.
“Todo esto lo digo como ejercicio de autocrítica y cuyo primer reconocimiento es la expresión. Hay una frase de Pascal muy citada, que dice pobre del hombre que no puede estar quieto en un cuarto. Hay una puesta en perspectiva de todo para ir enseñándome a estar en calma”, agrega.
Parece como una película de Thomas Vinterberg, tratando de aplacar el yo y seguir viviendo: “Es interesante que hables de la película Druk. Creo que queda manifiesta una personalidad adictiva, que buscaría en un mundo ideal mantener esa velocidad crucero que sabe disfrutar de la vida, mantenerse en ese estado de gracia, pero evidentemente no cualquiera logra hacer eso. La voz que habla en el poema suele exagerar, frente a eso me declaro derrotado. El poema es un primer paso hacia un reconocimiento y hacia un cambio de vida. El punto final es un punto y seguido, por lo que vendrá después”, expresa.
Claro que siempre hay “redactores” que hacen el texto: “Todo el tiempo hay como dudas metafísicas, si yo estoy creando con mi escritura esto, con un personaje bastante parecido a mí, ¿quién me escribe a mí? Lo único que puedo hacer es que hay un supremo redactor o alguien que me rebasa”, dice Julio.
“Yo llegué a un momento coyuntural de mi vida hace tres años y sabía que tenía algo muy en abstracto. Hasta ahí llegaron mis planes y mis proyectos. A la hora de empezar a escribir, el poema largo se me impuso. Iba a tener que ser algo guiado por su propio ritmo, su respiración y respeté el impulso. Más o menos fue un mes intenso de solo sacar, de decir, como si yo fuera detrás de la pluma, cuando la escritura estaba sucediendo”, revela.
“No soy muy propenso a la relectura de mis textos, incluso a veces no reconozco del todo al joven poeta que escribía poemas y pienso cómo se ha transformado todo. La experiencia me ha enseñado a trabajar de alguna manera, reconocer algunas mañas, pero que hay una voz que se puede modular y luego el estado de los límites, herramientas gastadas, marcadas por el uso, que me encanta poder utilizar”, agrega.
También en el poemario hay cierta búsqueda de la felicidad diaria, aunque esto parezca una cursilería. “De la ciudad de México salió un basilisco muy confundido, muy infeliz en ese momento dado, lleno de demonios y la persona que regresó después de un mes de escritura fue alguien más sereno, que encontró un poquito de felicidad, a través del reposo, de la pausa, de la perspectiva. La escritura funciona para eso, tiene algo de terapéutica”, concluye.