El próximo 26 de mayo, si atendemos al calendario juliano o el próximo 6 de junio, si nos ceñimos al gregoriano, se cumplirán 222 años del nacimiento de Aleksandr Sergeyevich Pushkin, universalmente conocido como Alexander Pushkin.
Ciudad de México, 28 de abril (MaremotoM).- Decir que Pushkin fue un escritor ruso es quedarse solo en la punta del iceberg de lo que, en realidad, significa esta figura. Pushkin es para el mundo un icono del romanticismo; para los rusos, es el arquitecto de la nueva Rusia, no solo en cuanto a literatura, sino que su obra también sirvió para tejer el carácter de una nación compuesta de muchas voluntades distintas que se integran bajo el paraguas de este genio literario. Como símbolo, Pushkin es más ruso que el vodka.
Perteneciente a una familia de nobles, Pushkin fue un desafío para el Imperio Ruso. Publicó su primer poema con 15 años, y para cuando se graduó en el prestigioso Liceo Imperial de Tsárskoye Seló, ya era bastante conocido entre los círculos literarios rusos. En su graduación leyó un poema suyo, “Oda a la libertad”, que le valió el primero de varios exilios provocados por su obra. Su vida fue toda una aventura, incluida una muerte por duelo al enfrentarse al supuesto amante de su esposa, el francés George d’Anthès, en el que se rumorea que alguien manipuló el revólver del poeta. Para evitar revueltas, el zar prohibió que se celebrara un funeral público, pero se ocupó de todas las deudas y la manutención de la familia del escritor.
Se le conoce principalmente por sus poemas narrativos y obras dramáticas, aunque también escribió algunos de los cuentos más recordados en la tradición rusa. Bebió de Lord Byron, pero luego fue él quien supo inspirar a los más grandes de la literatura rusa -que no es poco- e incluso seducir a un grande como Henry James, uno de los padres de la tradición gringa. Entre los admiradores de Pushkin se encontraba otro genio, más reconocido, de la literatura rusa y, podríamos decir, de la reflexión sobre la naturaleza humana: Fiodor Dostoievski.
Dostoievski, ese escritor que te cambia la vida, compartió algunos rasgos biográficos con Pushkin, a quien siempre consideró su poeta favorito. Ambos llevaron eso que se suele llamar “una vida de película”, esas historias particulares que sirven de inspiración para una obra universal. Tanto Dostoievski como Pushkin compartían una afición por el juego que les trajo más de un quebradero de cabeza y también un irresistible espíritu de libertad en constante tensión con los misterios y contradicciones del ser humano.
No es de extrañar que, entre las obras favoritas de Dostoievski, autor de El jugador, se encontrase el cuento fantástico de Pushkin La dama de picas (1834), al que consideraba “el summum del arte de lo fantástico”. Es una de las obras más conocidas de Pushkin gracias, en parte, a que ha sido adaptada en diferentes formatos por grandes artistas. Yákov Protazánov, considerado uno de los padres del cine ruso, la convirtió en película muda en 1916; antes, había habido varias óperas inspiradas en esa historia, entre ellas, la ópera de 1890 compuesta por el gran Tchaikovski, el compositor de El lago de los cisnes o El cascanueces, entre otros clásicos.
Cerca de dos siglos después de la Rusia de Pushkin y Dostoievski, las ruletas de los casinos que visitaban han engendrado a las ruletas online y los lugares que frecuentaban, como el colmado Yeliseyevsky, han cerrado. Sin embargo, sus obras siguen teniendo la misma fuerza que en aquellos tiempos truculentos. Es aquello que dicen que los clásicos los son no porque los leamos, sino porque nos leen a nosotros.
Un ejemplo reciente del calado que tienen Pushkin y su obra se vio hace unos días en unas manifestaciones en Moscú, cuando los asistentes desafiaron los posibles arrestos simplemente con la palabra: recitando al unísono poemas de Pushkin. Fuera de Rusia, la carga simbólica social del escritor moscovita se diluye, aunque sí sobrevive su valor humano, del individuo ante el mundo.
Obras como el poema narrativo El jinete de bronce: un cuento de San Petersburgo, o la obra de teatro El convidado de piedra -que narra la caída en desgracia de Don Juan, el personaje al que dio vida Tirso de Molina en la comedia El burlador de Sevilla y convidado de piedra- son patrimonio de la Humanidad, sea rusa o no. Pero es cierto que los que no dominamos ni la lengua ni la idiosincrasia de un país tan complejo, probablemente nunca podremos abarcar el genio de Pushkin en su plenitud.
Vladimir Nabokov, el autor de otra obra universal como es Lolita, que nació justo un siglo después que Pushkin en 1822, fue el traductor al inglés de Eugene Onegin. Esta novela en verso sienta las bases del estereotipo del héroe ruso y utiliza una métrica rompedora que ayudó a situar a Pushkin como el mejor poeta ruso de la historia, de hecho, era su trabajo favorito. Pues bien, para traducir una obra de unas cien páginas, Nabokov necesitó un par de volúmenes completos en su intento de plasmar toda la complejidad y maestría de Pushkin.
Aun así, pese a las dificultades lingüísticas, es posible abrazar el genio de Pushkin. Sucede con todos los grandes. El primer traductor de El Quijote al chino ni siquiera sabía español y, sin embargo, logró que el espíritu del hidalgo caballero llegase perfectamente al Lejano Oriente. La magia de las palabras.